Monday, December 22, 2008

El Contador de las Horas

Línea uno del metro. Mercado de la merced. El subterraneo anuncia su llegada, el tufo de los neumáticos se deja sentir en toda la estación, acompañado de el chirriar de las balatas de los viejos vagones anaranjados. Las puertas de abren en una explosión de gente con grandes maletas, señoras regordetas con canastas y chamacos, ambulantes con mochilas parlantes, mendigos enceguecidos, dependientas de mercerias y puestos del mercado y alguno que otro turísta despistado. Justo después de vomitarlos, el gran gusano se atraganta de nuevo con una nueva carga de lo mismo. Al entrar al último vagón se puede ver a un hombre que no sobrepasa el segundo lustro de la tercera decada sentado en la butaca de los minusválidos, perdón de los que tienen capacidades diferenciadas ¿O diferentes?, no me acuerdo.


Seis treinta de la tarde es la hora que da su reloj. Él lo mira con estúpida veneración. De su cuello cuelga una gruesa cadena de oro blanco, tan ostentosa como su reloj. Justo después de mirarlo adopta la actitud ausente del que nada piensa, simplemente se deja llevar por los tuneles del subsuelo de la ciudad central.


-¡Carajo!, ese pendejo tiene la ciudad hecha un desastre, de nada le sirve la pinta y el apellido elegante, al final sigue siendo un pinche naco del PRD.


Sonido de Blackberry.


-¡Bueno!, si digame doctor Requena, aja, mmm, sí sí, lo envíe al correo electrónico de su asistente. Aja, bueno bueno doctor debe usted tener en cuenta que la situación en los mercados financieros es de excepción en estos días, ya ve que hasta los mejores brokers han tenido pérdidas millonarias y luego el fraude de Madoff, es una suerte que nosotros seamos tan prudentes en el manejo de las cuentas de nuestros clientes, nuestras pérdidas han sido de las más moderadas. No, no señor Requena no se exalte, mañana mismo le hago una visita y le explico bien el origen de todo esto. Doctor, cuando usted firmó el contrato estaba conciente de que había riesgos grandes, no no, entienda...Bueno no tiene caso, mañana a las dos comemos en el Entremar, ¿Le queda bien?, ¡Ok perfecto! Mi secretaria hará las reservaciones. Entonces hasta mañana a las dos.


Otra vez sonido de Blackberry. Ahora aviso de e mail.


-¡Puta Madre! ¡Main Street de nuevo se cayó¡ ¡Carajo!


Blackberry, llamada.


-¡Hola nena! Si ya voy para allá, ¿no ha llegado nadie?. Que bien, estoy atorado en Masaryk, el tráfico está infernal. Si, ¿que me dijiste que comprara? Aja, dos de Carmenere y dos de Gewurzt Traminer, si si, en cuanto vea una Europea, ¿Queso? Si ¿Te late un Comte? Ok, Gruyere y un par de chapatas, si si.¡Oye! ¿Te acuerdas que te platiqué del pendejo de Requena?, si, el que perdió dos millones por invertir en un hedge fund que estaba dando redimientos altísimo y que parece que estaba invirtiendo con el del fraudotote, bueno eso él no lo sabe, no se lo dije. Me llamó, está como loco porque de ahí estaba pagando la hipotéca de su pent house en Punta Diamante, ¡Viejo pendejo!, mientras le dejaba tanta lana ni me llamaba, estaba bien feliz, si yo le dije que era riesgoso, ¡Claro! Y lo peor es que su esposa no sabía que estaba jugandolo en la bolsa. Otra cosa, ¿Ya le pediste a tu papá la casa de Valle? No se te olvide, ya quedé con Majo y Santiago, si ¡hazlo ya! si no vamos a quedar en ridículo, ¡ahh! Y también ya quedé con los Gómez Montes que van a estar el fin ahí y nos invitaron el domingo al Yatch Club. Bueno, tengo que colgar, un beso, ¡Te amo!.


Su aspecto era muy extraño, la cadena y el reloj contrastaban macabramente con su pinta. Llevaba mucho tiempo si bañarse, sus pantalones tenían manchas de grasa por todos lados y las valencianas raídas, su camiseta, un día blanca, lucía una rajada desde el cuello hasta la axila derecha y dejaba ver su peludo pecho. Su mirada perdida en el andar del metro por los túneles, tenía una mueca infantil que se volvía más sombría y estúpida cuando miraba su reloj que giraba en su muñeca porque le quedaba grande. Todo acentuado por la maniática regularidad con la que veía la hora.


Siguió hasta Tacubaya, ahí bajó y tomó el tren con dirección hacía El Rosario, los vagones estaban repletos y el calor era insoportable, en esa línea se podían ver ahora muchas personas vestidas con ropas formales, jovenes caras de hastío y un mayor número de turistas confundidos todos entre los acordes de un corrido de los Tigres del Norte:- Soy el jefe de jefes señores, me respetan a todos niveles...-


Después de quince minutos de buscar estacionamiento, bajó y caminó hacia la Europea de Arquímedes, había muchísima gente, era viernes de quincena.


Afuera de la estación de Polanco había grandes filas de empleados vestidos con trajes baratos esperando microbuses o taxis, los puestos vendían tacos de nana, buche, lengua, macisa y surtido, la circulación pór Homero era lenta y tortuosa. Caminó derecho por Arquímedes.


Todos los días se acordaba de la tarde que llegó a México de Zoquitlan, que está a hora y media de Tehuacan. Caminó sin rumbo durante horas, no sabía ni donde estaba y las tripas le chillaban de hambre. Pero sobre todo se acuerda muy bien cuando empezó a caminar por una zona llena de tiendas con aparadores muy grandes y lujosos, nunca había visto algo como eso. De repente lo vió, era el reloj más bonito que había visto, grande dorado con una coronita en la carátula. Estuvo horas delante de la estantería, hasta que cerraron la tienda, esa noche durmió ahí tirado en el piso soñando con el reloj.


-¡Que tedio! No es posible que estos ineptos no tengan Gewurzt, para la próxima me voy al Palacio de Homero. Ya es súper tarde, Sofia me va a matar.


Su reloj marcaba las siete cuarenta de la tarde.


Eustacio se sentía muy feliz, y caminaba mirando su reloj con su expresión de idiota, pero ahora estaba mezclada con la fascinación del primer día que lo vió. Caminó hasta el bosque de Chapultepec y por ahí se tumbó a mirarlo, ahora sin el aparador de por medio.


Eduardo fue encontrado muerto entre chapatas y botellas de Carmenere, no le faltaba nada. Lo más extraño fue que su Rolex GMT Master II había sido remplazado por un Omega Constellation de cuarzo que no era de su talla.

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