Thursday, October 25, 2012

Reflexiones sobre México




Hace un par de días se publicó un informe sobre discriminación en México. Los resultados, que muchos mexicanos hemos vivido en carne propia: en México eres discriminado por tu origen étnico, tu color de piel y tu apariencia. 

Hace unos días también, paseándome por feisbuk llamó mucho mi atención una foto vieja de uno de mis contactos. En ella se puede ver a un par de jóvenes blancos, de ojos claros, mexicanos, fotografiados junto a un hombre de edad media con sombrero, rasgos indígenas, ropa vieja y un tono de piel muy oscuro. Los jóvenes tenían un gesto socarrón en la foto. Se tomaron la foto con el “INDIO”, con el “NACO”, para ponerla en feisbuk y divertir a sus amigos “BIEN”.  México, sin duda, es un país de gran desigualdad económica y social. 

Muchas de las explicaciones que he escuchado para este fenómeno involucran a los políticos y empresarios que son calificados como rapaces y voraces ambiciosos sin medida. Esta es una simplificación que encuentra cierta verdad y confirmación cuando se escuchan las cínicas declaraciones de gente como Emilio Gamboa o Ricardo Salinas Pliego. 

Sin embargo la explicación puede ser mucho más compleja y lastimosa, somos nosotros y las personas que conocemos quienes han perpetuado esa desigualdad. En México hay dos problemas muy graves que no se han reconocido del todo y que no están en la mesa de discusión como deberían: el racismo y el clasismo. Los mexicanos, en general, somos profundamente racistas y clasistas. Esto quiere decir que estamos convencidos de que el valor intrínseco de cada individuo está determinado por su origen social, sus características raciales y pertenencia étnica. 

Estos dos hechos han sido largamente escondidos detrás del mito nacional del mestizaje y es por ello que cuando uno se atreve a señalar su existencia, se encuentra con una negación rayana en la esquizofrenia. He llegado a escuchar frases tan ridículas e indignantes como: “En México no hay racismo porque no hay negros” o “en México no somos como los gringos, aquí no hay Ku Klux Klan”. No hace falta que haya organizaciones abiertamente racistas o un grupo étnico específico para que esta peste exista. 

Hoy en México los indígenas siguen siendo los más desfavorecidos y marginados del país, y la gente se mofa de su acento al hablar español y lo identifican con la ignorancia y la estupidez cuando la verdad es que ellos han debido aprender a hablar una lengua extranjera para poder ser tomados en cuenta en su propia tierra y si tienen acento es porque son bilingües. 

En México se le llama a la gente “negro”, “prieto”, “naco”, “indio”, “pata rajada”, etc, con el fin de hacerle sentir que pertenece a una clase social y étnica que es intrínsecamente inferior en valor y dignidad. Esta discriminación sistemática es grave no sólo por las implicaciones individuales que tiene en la vida de las personas que la sufren. La discriminación también corroe la paz social y la fibra moral de un país.

La gente que discrimina está convencida de que ciertas personas son mejores que otras y por lo tanto merecen más y mejores oportunidades de manera automática. Es así que los discriminadores eligen quien accede o no a servicios y derechos que en teoría deberían ser disfrutados por todos.
La gente que es discriminada ve su autoestima y su calidad de vida minadas de forma sistemática. Esta continua vejación de su dignidad y su derecho genera resentimiento, desconfianza y revanchismo. 

El creer, tolerar y reforzar que las personas son intrínsecamente distintas en valor y dignidad también genera que se acepte una aplicación a modo de las leyes y reglamentos. La implicación lógica es que la ley se aplica con todo su peso para los inferiores, mientras que los superiores gozan tratos preferenciales.

 Esto es una trampa para todos porque claro está que a nadie le gusta pensar que es inferior, sin embargo lo usual es que eso lo decidan terceras personas en situaciones específicas. 

Esta tolerancia hacia la discriminación instala profundas divisiones sociales que se manifiestan de formas funestas. Los discriminadores niegan todo derecho y dignidad a los discriminados y justifican toda clase de abusos y vejaciones a este grupo. Los discriminados se sienten felices cuando sus discriminadores caen en desgracia y no perderán ninguna oportunidad para obtener revancha.  
Los abusos, sorna y discriminación de empresarios y servidores públicos y privados se ven contestados con secuestros, robos y violaciones horrorosos en los que se vulnera la dignidad de las víctimas con cierto sadismo que denota cierta revancha:  “Tu me orillaste a esto, ahora toma tu merecido”. 

Este estado mental que justifica las excepcionalidades, lamentablemente, no es privativo de los asuntos étnicos o raciales. Este sentido de que existen personas excepcionales se manifiesta en un sinfín de actitudes cotidianas de la vida nacional.
El automovilista que desprecia al peatón y al ciclista por jodidos. El peatón, el ciclista y el usuario de transporte público que detestan al automovilista por prepotente. El comensal que maltrata al mesero por que no estudió y el mesero que le escupe en la sopa por ser mamón.
Los dejo con una anécdota muy curiosa que presenció mi prima:
Una mujer esperaba en su muy lujosa camioneta su turno para ocupar un espacio de estacionamiento en un centro comercial muy concurrido. En cuanto el automovilista que ocupaba el lugar que la mujer esperaba pacientemente dejó el espacio libre, otro auto viejo y destartalado salió de la nada y le ganó el lugar a la mujer. La mujer, razonablemente, enojada tocaba el claxon e insultaba al otro conductor. Este bajó tranquilamente de su auto y burlonamente se acercó a la mujer para decirle: “Bienvenida al mundo de los gandallas”. La mujer estalló en furia y entonces pisó el acelerador a fondo golpeando y dañando severamente el auto del hombre. El hombre quedó estupefacto. Entonces la mujer bajó muy tranquilamente de la camioneta y le dijo al hombre “Bienvenido al mundo de los ricos, pendejo”


 
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