Thursday, November 13, 2008

Resurrección de Largo Plazo

En 1979 inició la última batalla entre los dos sistemas económicos, sociales y políticos que mantenían al mundo en gélida tensión nuclear. Margaret Thatcher y Ronald Reagan a la cabeza del “mundo libre” llevaron al bloque capitalista hacia la aventura en favor del mercado más grande de todos los tiempos. La “Dama de Hierro” incluso la bautizo como la “cruzada del capitalismo popular”.

En tono triunfalista, su tono habitual, proclamaba que “las políticas de las que hemos sido pioneros, están siendo adoptadas en país tras país... desde Francia hasta las Filipinas, desde Jamaica hasta Japón, desde Malasia hasta México, desde Sri Lanka hasta Singapur, la privatización está en movimiento”

La idea de los políticos conservadores occidentales era la de hacer posible que cada hogar, cada individuo tuviera acceso a la propiedad y sobre todo a los mercados financieros. Todos podemos ser accionistas, todos podemos ser propietarios, pero para ello debemos replegar las fronteras del Estado, repetían una y otra vez Lady Thatcher y Ronald Reagan.

Su gran carisma y fuerza de voluntad lograron convencer a una generación, que se enlistó en las filas de la gran cruzada por el libre mercado. Con fervor casi religioso pontificaban las ideas de Milton Friedman acerca de las grandísimas bondades de la generosa “mano invisible”.

Todo lo anterior enmarcado y azuzado por la “amenaza comunista”. Después de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética comenzó un periodo de agresiva expansión y crecimiento hacía el corazón de Europa, para los años setentas casi la totalidad del este europeo estaba bajo influjo soviético, además de que contaba con aliados tan importantes y estratégicos como China y Cuba. Este expansionismo se vio acompañado de fortísimos despliegues militares por parte de los soviéticos como de los países del Breton Woods.

No obstante, la Unión Soviética mostraba ciertos signos de debilitamiento que los líderes occidentales no dudaron en aprovechar. La aparente debilidad del régimen comunista y el éxito relativo de las políticas económicas llevadas a cabo en occidente dieron brios nuevos a esta rivalidad, que Thatcher y Reagan llevaron hasta sus últimas consecuencias.

Esta presión económica, ideológica, política y social, tanto interna como externa, logró que llegara a la cabeza del politburó un político reformista en el año de 1985, su nombre Mikhail Gorbachev. Su advenimiento fue rápidamente bendecido por la “Dama de Hierro”, en una entrevista con los medios expresó: “Me agrada, tengo la impresión de que podemos hacer negocios juntos”. Juan Pablo II por su parte expresaba: “Es un buen hombre (Gorbachev), pero el comunismo es irreformable”.

Así fue, para 1989, diez años después de que el “mundo libre” empezará su cruzada por el capitalismo popular, la “Cortina de Hierro” se tambaleaba, el muro de Berlín era tumbado por hordas de alemanes, tanto del este como del oeste, augurando así la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que sobrevendría en diciembre de 1991.

El capitalismo, sus instituciones y sus países promotores, conquistaban la supremacía mundial proclamando el inicio de una era de prosperidad sin precedentes. El contundente fracaso del comunismo y la estela de muerte, destrucción, pobreza, resentimiento y corrupción que dejaba detrás suyo, parecían confirmarlo. Por primera vez, desde 1917, parecían no existir amenazas para la ideología del laissez faire, laissez passer.

A partir de ese momento las palabras de la Primer Ministro del Reino Unido resonaron con la fuerza y claridad que la Historia les confirió en los hechos: La privatización no sólo estaba en movimiento, ahora estaba corriendo. Las instituciones del Breton Woods se aprestaron a la conversión de los países más atractivos del Pacto de Varsovia a la ideología liberal y a reafirmar su dominio en el resto del mundo. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, mandaban misiones a cada país del globo a dar préstamos e implementar medidas económicas tendientes a la liberalización, la privatización y la disminución del Estado.

De esta manera, irónicamente, al perder a su rival más fuerte y encarnizado, el capitalismo se traicionó a sí mismo. Pasó de estar en un mundo relativamente competitivo, a uno donde el monopolio de una forma de ver y organizar el mundo primó sobre todas las demás. Es así que de la manera en que la teoría de la libre competencia lo proclama, el monopolista cayó en el saqueo y la autocomplacencia. Veinte años después de la caída del muro de Berlín, el capitalismo popular se volvió contra el pueblo y se lo está tragando.

Asimismo, con suprema ironía, no pocas veces presente en la Historia, la demolición de un inmueble augura la caída de un sistema. La caída de las Torres Gemelas cimbró a la calle Del Muro (Wall Street, en español), siete años después ese muro también cayó. La escandalosa caída del mercado financiero americano ha puesto en evidencia que el mercado y el Estado viven en simbiosis. En un periodo de tiempo asombrosamente corto, la Historia nos demostró que ni la sumisión total del mercado al Estado es funcional, como tampoco lo es la alternativa contraria.
Una vez más retumba en el espacio la voz de un hombre muerto, que se retuerce en su tumba, pero esta vez no de rabia, sino de schadenfreude. Su voz resonará en los salones donde este fin de semana se celebrará la reunión del G20 en la que se intentará crear al Breton Woods Reloaded. Al llegar a Washington este 15 de noviembre, los ministros y presidentes de los 20 países más influyentes del mundo escucharan una gran voz en sus cabezas, que entre carcajadas les dirá: "When the facts change, I change my mind. What do you do, sir?".

¡Oh cuanta razón tenías Keynes!

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