Wednesday, October 1, 2008

Le dije que la luz del otoño me parecía muy rara, que me daba la impresión de que los días eran menos reales, como si se tratara de una larguísima y melancólica pelicula. Frunció el ceño y me dirigió una mirada desdeñosa, llena de incomprensión.

Miró hacia el centro de la mesa, había una canasta con un melón a punto de pudrirse y me dijo: ¿Por que no has picado ese melón? ¿No ves que se está echando a perder?

Esa es la forma en que desacredita todo lo que piensa que es inútil o estéril. A ella siempre le ha parecido ridículo que dedique tanto tiempo de mi día a la contemplación. Ella, como casí toda la modernidad cree en el ocio productivo.

Recuerdo el día que le recité un poema japones que iba así:

Aferrándome
A la preciosa vida
Miro al cielo en lo alto
El sol brilla
Y mi cuerpo está pálido

¡Hagamos tiempo
Para el ocio!
¡Y vivamos
Un día
Como si fueran dos!

Río sonoramente y espetó: Que idea tan estúpida, vivir un día como si fueran dos; la vida es demasiado corta para desperdiciarla en la inacción. Es por este tipo de cosas que piensa, como él, que mi vida se va en futilidad y derroche. Para ellos pensar es equivalente a la inacción y yo llevo meses pensando.

Por su parte ellos viven sin pensar, de arriba a abajo, de un lado para otro. Los veo en sus ratos de ocio y no pueden parar, se enfrascan cada día en un frenesí de actividad sin sentido. Apenas tienen un segundo para asimilar sus circunstancias y digerirlas, y entonces lo desperdician dándose más tareas y quehaceres. No es raro que hace años que sus vacaciones sean momentos patéticos donde pagan cuentas, arreglan la casa, y encuentran todo tipo de tareas ingratas y desagradables.

Es por esto que hoy las cosas con ellos han sido insoportables. Él me miraba de lado, se sentía una tensión muy parecida a aquella que hay entre desconocidos que comparten la mesa por primera vez después de un largo viaje o alguna actividad extenuante que les ha causado mucho apetito. De repente en la fuente queda un último trozo.

Todos saben que está ahí, todos lo miran de reojo, todos simulan que lo ignoran, que no les importa en lo más mínimo. Lo cierto es que en su conciencia no hay nada que resuene de forma más aguda, más real. Sin embargo nadie se atreve. Sobre todo si los comensales se ciñen a las formalidades y las apariencias, es muy probable que el trozo se vaya al desperdicio y todo el mundo se quede con el hoyo en el estómago muy lleno de disimulo.

En nuestro caso no era la formalidad o la hipocresía, se trata ba del hartazgo, de la absoluta certeza de que quien se atreviese a romper la calma tensa le caería encima todo el montón de mierda que contenía. Él, desde hacía unos años, rehuía pertinazmente a este tipo de momentos, así que no tomó la iniciativa.

Sin embargo ella si lo hizo. Preguntó aquello que yo llevaba días esperando que preguntara. Contuvo su tono y la formuló con cuidado, cosa por demás inútil porque yo sabía todo lo que había detrás de la pregunta, toda la cadena de hechos incomprensibles y hasta ridículos que llevó hasta ese momento culminante. Mi impaciencia por que esto pasara era rayana en el delirio y por lo tanto cuando escuche la pregunta, me deshice en las palabras que construían la respuesta estructurada durante mis largos ratos de reflexión. La sola pregunta, evocó en mi mente toda la situación que la rodeaba y simplemente la respuesta estalló violenta y furibundamente entre mis dientes y mi lengua.

Obviamente ella respondió de la misma manera, pero como siempre su razón cedió ante sus impulsivos y arrebatados sentimientos, cancelando con ello cualquier intercambio de argumentos, agitado y violento, pero inteligente. Espetó una retahila de frases sin sentido, sin ninguna relación lógica aparente. Sin duda eran todos esos pensamientos indigestos, que nunca se dió él tiempo de procesar, que al salir sólo toman la forma de vomitada. Después un estallido de luz enceguecedor, calma y ese sumbido en los oídos que se siente después de haber ido a un concierto muy ruidoso.

No se que pasó, llevo días caminando y sólo pienso en ¡Hacer tiempo para el ocio! ¡Y vivir un día como si fueran dos!. Me aferro a la preciosa vida. Miro al cielo, en lo alto el sol brilla y mi cuerpo está pálido.

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